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Opinión



jueves, 25 de mayo de 2017

Economía: dimensión y obstáculo de la sostenibilidad

De acuerdo al Consejo Internacional de Iniciativas Ambientales, el desarrollo sostenible se
concibe como: “…aquél que ofrece servicios ambientales sociales y económicos básicos a todos los miembros de una comunidad sin poner en peligro la viabilidad de los sistemas naturales construidos y sociales de los que depende la oferta de estos servicios”. Indudablemente, esta definición en particular muestra de forma abierta la conjugación de las dimensiones que arrastra el concepto, donde los aspectos sociales económicos, ecológicos, éticos e incluso mentales hacen que tal como lo afianza la literatura siga siendo una terminología en pleno desarrollo para la humanidad. Su alcance puede y debe llegar a todos los aspectos de la cotidianidad, dado que involucra desde el aire que se respira, hasta los excesos que se cometen por asuntos meramente conductuales propios de cada sociedad.
Para que realmente se pueda entender que existe sostenibilidad, deben confluir todas las dimensiones, llegando al punto exacto donde se garantice el uso de recursos sin afectar a las generaciones futuras, haciéndolo además de forma eficiente (visto desde la perspectiva débil o fuerte que se tenga en cuanto al tema), asunto que dependerá incluso de las apetencias del estudioso del tema y su nivel de entendimiento sobre la terrible problemática. Esto definitivamente será una tarea compleja y en muchos casos utópica, considerando que las realidades pueden ser otras, partiendo del hecho de que el ser humano hace esfuerzos cada vez más evidentes por arrasar con el mundo con el accionar de un botón. En la práctica la tarea es ardua, considerando que debe existir una suerte de concesiones parciales, para con ello hacer que cada acción sea sostenible y no una mera aproximación teórica.
Ahora bien, la gran pregunta es concluir si el aspecto económico como dimensión tenderá a ser el talón de Aquiles dentro de la ecuación, partiendo del hecho de que la comunidad mundial debe constantemente decantarse entre producir más y mejor, persiguiendo con ello la obtención de mayores cuotas de poder que permitan de una forma u otra tener peso en la escena pública y con ello intimidar y maniatar a países pequeños o con caos institucionales internos que les impide tener una dinámica sana en los mercados. Al final del día, el dinero fue, es y será el primer elemento a considerar; luego de ello, se analizará si eso deja al mundo más indefenso. La aldea global, más que un espacio físico de competencia, termina convirtiéndose en una arena al mejor estilo romano, donde cada país muestra sus músculos y en ocasiones llega incluso a accionar el gatillo.
De acuerdo a Business Insider, Global Finance Magazine y el Fondo Monetario Internacional (FMI), los diez (10) países más ricos del mundo fueron clasificados considerando su producto interno bruto (PBI) y el poder adquisitivo per cápita (PPA). Este par de indicadores podrán abrir la puerta para analizar si con ellos puede analizarse con meridiana claridad tanto el desarrollo como crecimiento económico, dependiendo de las variables cuantitativas y/o cualitativas que se activen en cada caso. Lo interesante del estudio son los nombres, dado que allí se consigue una mixtura de naciones donde el tamaño no lo es todo.
En esa lista encontramos a: San Marino, Emiratos Árabes Unidos, Noruega, Irlanda, Kuwait, Brunei, Singapur, Macao, Luxemburgo y el número 1 de la lista, Qatar. Sorprendentemente, cuando se junta PIB y PPA, los países industrializados salen por completo del radar, lo que demuestra que brindar calidad de vida a los ciudadanos puede rendir algunos frutos. Lo malo es que todas estas naciones tienen porcentualmente pocos habitantes, por lo que su impacto en principio solo sirve para mostrar el camino que debe tomar el mundo, en el entendido de que es preciso entender que como seres humanos individuales se está de paso, y es preciso dejar condiciones mínimas necesarias para las nuevas generaciones. Su impacto, indudablemente solo marcará el destino de sus coterráneos.
¿Qué tienen en común Irán, Corea del Sur, Reino Unido, Canadá, Alemania, Japón, India, Rusia, Estados Unidos y China? Están muy industrializados, algunos ostentan de recursos naturales que han explotado de forma desmedida durante el paso del tiempo, tienen altos niveles de población y no están en la lista de los países más ricos del mundo (aun cuando tienen los PIB más altos). Estas naciones concentran la mayor cantidad de población, sin contar que son los que han propiciado las mayores guerras de la historia, por la terrible apetencia de poder que sistemáticamente han tenido sus gobernantes y que se traduce en muchos otros problemas que quizás la humanidad no esté en la capacidad de imaginar en la actualidad. Su impacto, indudablemente marcará el destino del mundo.
Siendo así, es impracticable que los mayores beneficiarios del uso indiscriminado de recursos naturales puedan estar interesados en generar un equilibrio con el que pueda existir una probabilidad más allá de cualquier duda razonable de que con ello pierdan parte de su poder como potencias mundiales, en un mundo que cada vez es más bélico, variable que nada tiene que ver con la sostenibilidad, dado que fácilmente pudiese ser considerada la mayor amenaza en cuanto a la extinción de la raza. En este sentido, las acciones que puedan ejercer estas potencias pudiesen ser consideradas hipócritas, estériles y solamente dirigidas a calmar el ánimo de grupos con voz, que cada día suman más adeptos para tratar de evangelizar sobre el impacto que tiene el actuar del ser humano en el planeta. Definitivamente, fijar límites al crecimiento económico, como medida para atenuar el desequilibrio entre riqueza y naturaleza, es la gran utopía.
De acuerdo a Gabriel Enrique Leal “…se ha llegado a proponer que los términos desarrollo y sostenibilidad son incompatibles toda vez que el primero se basa en la homogeneización cultural y la destrucción de los recursos naturales, mientras que el segundo propende por su conservación y uso racional a partir de un estudio riguroso de la oferta ambiental”. Al compararlo con crecimiento, la brecha es mucho más grande, dado que este término solo persigue visualizar números atractivos, que no necesariamente redundaran en calidad, tal como se visualiza en la lista de países ricos. Aquí, sin duda alguna, el recurso natural solo sirve para la generación de riquezas, lo que estaría orientado a una concepción débil de sostenibilidad.
El mismo Gabriel Enrique Leal lo asocia claramente con las posturas de Robert M. Solow y Mas-Collel, quienes sistemáticamente “…sostienen que lo importante es la conservación del stock de capital global, sin que importe que el capital natural se deteriore ya que se puede recuperar mediante la inversión”. Esta concepción puede que tenga detractores muy rigurosos; no obstante, pareciese ser la visión que imperará en el futuro de la humanidad, incluso ante las peores calamidades. El hombre está convencido de que si el mundo se queda sin agua, ingeniará la forma de inventarla, si los bosques se quedan sin arboles alguna fórmula lo resolverá y si el mar se queda sin peces algún otro alimento será creado en un laboratorio.
El consumo en Asia (liderado por China) de los recursos naturales que pone sobre la mesa América es más que apetecible. Estados Unidos se hace el autosuficiente y confía en su sistema fracking para con ello volverse menos vulnerable. Rusia se debate entre producir más o menos, dependiendo del precio del mercado; los otros miran atentos a lo que ocurre en el mundo (incluyendo a Venezuela, que desesperadamente trata de sobrevivir a un hito político). De acuerdo a un estudio mostrado por Moisés Naím (2016) en su columna del 8 de junio de 2013, el mayor nivel de consumo de energía llegará en el 2020 y de allí en adelante declinará por un asunto de disponibilidad, pudiendo ser compensada si y solo si irrumpe la creación de energía alternativa (evento que aún no puede verse con mucha claridad) de forma abierta y masiva.
De acuerdo a Moisés Naím (2016, p. 408), “Quizás la buena noticia es que la madre naturaleza está contribuyendo a que todos tengamos más incentivos para hacer los sacrificios necesarios para mitigar las consecuencias del calentamiento global”, dado que con solo mirar a nuestro alrededor vemos que el mundo da avisos serios que demuestran que el estilo de vida de la humanidad no es “sostenible”, y las serias consecuencias que generará el hacer caso omiso a lo que se está viendo de forma cada vez más frecuente a través de los medios de comunicación social. De acuerdo a algunos estudios, hoy en día las poblaciones se desplazan más por catástrofes climáticas que por guerras.
Vilfredo Pareto, citado por Gabriel Enrique Leal consideraba que “…un cambio es socialmente deseable si mejora el bienestar de los miembros de la sociedad o el de unos cuantos, sin empeorar el de ninguno. Así pues, no se puede hacer ningún cambio sin afectar el bienestar, si esto se logra, la asignación de recursos es óptima o eficiente”. Absolutamente elocuente la postura; desafortunadamente colida sustancialmente con el libre mercado, por lo que indudablemente, los intereses de particulares siempre serán preferentes, mientras el ser humano y las grandes naciones estén atentas a cuotas de poder y no a su entorno.
Una percepción fuerte de sostenibilidad hoy en día es inviable, pero más inviable será no hacer nada y ver como los grandes capitales arrasan con el mundo con solo apretar una tecla.
Por lo visto, los números indican que la dimensión económica hace que la sostenibilidad no sea sostenible.

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