Estimado Rector, padre Arturo Peraza, autoridades de la Universidad Católica Andrés Bello Caracas y Guayana, padres y representantes, profesores, graduandos y demás invitados. Amigos todos.
Pasar por aquí me invitó de
inmediato a recordar lo que sentí cuando estuve sentado justo en la misma
posición que ustedes tienen hoy. Aun cuando ya han pasado más de 22 años desde
ese momento, busqué un par de fotos para tratar de traducir como estaban mis
emociones en ese instante y con ello entender lo que están viviendo. Recuerdo
que llegué minutos antes de comenzar el acto; ese día me atasqué en el trabajo
y en el tráfico de Caracas; mis padres me recibieron inquietos por la demora en
un día tan importante para ellos y para mí.
En retrospectiva, creo que quizás
la ansiedad del momento me hizo procrastinar la llegada.
Indudablemente siento que fue
un logro importante; tal como ustedes, me había esforzado mucho en poder
terminar la carrera universitaria en tiempo para poder hacer la transición a la
vida adulta con algo debajo del brazo, que me permitiese ser útil para mí y
para mi familia.
Las respuestas no estaban
claras en lo absoluto, sentía que no era lo suficientemente bueno, que no había
aprendido todo lo que debía y que quizás en más de una clase había estado
pendiente de cosas que ya no tenía caso recordar en ese momento.
Ya había comenzado a trabajar
un par de años antes de graduarme, pero sentía que los errores propios de la
inexperiencia, pesaban menos sin título, que con título. Siempre sentí ese
temor de que alguien dijese algún comentario negativo de mi universidad y mi
formación académica, por lo que la ansiedad siempre estuvo allí. La receta de
mi generación era: estudia, consigue un buen trabajo, cásate y vive hasta el
final de tus días.
La presión de los susurros de
amigos, familiares y compañeros de trabajo se vuelve como una especie de combustible
peligroso, dado que pareciese que no nos permite ver nuestro camino; solo vemos
el camino que otros quieren que transitemos. Esa ruta definitivamente no me
hacía feliz.
Convivir con esos sentimientos
pueden paralizarte o alentarte a entender que el hoy es lo que importa. En
algún punto entendí que lo que lograra con mi carrera y con mi vida iba a ser
el resultado de mis decisiones (fueren buenas o malas) y que todas ellas se
sustentaban en una amorosa educación familiar y en una mejor formación
académica, tal como ustedes. Allí comprendí que estaba listo para empoderarme
de mi vida y sentir que el camino estaba allí, solo tenía que transitarlo con
esfuerzo, fe y motivación, y que los resultados llegarían en el tiempo que Dios
así lo permitiese. Ya no era momento de culpar a otros por mis errores, ni
excusas de adolescente, todo iría por mi cuenta.
Ese sentimiento de
reconocimiento de que los momentos buenos llegarían irremediablemente me alentó
a sobrellevar las situaciones adversas, porque siempre tuve la convicción de
que cada día me sentiría mejor conmigo mismo.
Así encaré mi profesión, así
disfruté enamorarme de mi esposa, casarme y tener hijos, y así encaro hoy los bemoles
de la vida, en un país que coloca tantos retos. La vida me ha enseñado que lo
más importante es afrontarla con optimismo, esfuerzo, fe y mucho amor. La
combinación de esto hace que el mundo cambie.
Luego, con el paso del tiempo
me di cuenta que no todo giraba en torno a mí. En ese momento decido que parte
de mi camino sería el de ayudar a otros con lo que he aprendido como
profesional y es donde me uno a estas aulas y retribuyo por lo recibido y
cierro el circulo que permite entender que nada tiene más poder que amar y
servir. Estoy seguro que ustedes también encontraran la forma de retribuir lo
que han recibido de sus padres, representantes, familiares y de su Alma Mater.
En
palabras del Padre Ugalde: “En todo amar y servir, es una poderosísima fuente
para transformar nuestra sociedad…”, sé que coincidimos con esa fuerte
aseveración, dado que esto se ha convertido no solo en nuestro estandarte como
universidad, si no en el sentir de todos los que queremos dejar este mundo, mejor
de como lo hemos encontrando.
Nuestro país necesita mucho de
ello, y todos los que estamos aquí somos responsables de que las condiciones
mejoren en favor de los que están y de los que vendrán. Ustedes no son el
futuro, ya son el presente y cada acción que hagan debe ir en torno a dar pasos
en pro de algo mejor. No los vamos a dejar solos, no es un pase de testigo, es
un proceso de aprendizaje compartido, donde nosotros hablaremos de nuestras
experiencias y ustedes pensaran fuera de la caja, para con ello poder ser
mejores en unidad. La receta de la generación de ustedes es: estudia, emprende,
genera oportunidades para otros en un mundo que así lo reclama y se tan feliz
como puedas.
Tengan certeza que todo tomará
forma, todo tendrá sentido en el momento que deba ocurrir. El resultado se irá
generando producto del esfuerzo y corazón que pongan cada día. La sumatoria de
acciones, los llevará a la plenitud que todos deseamos. No son cien metros, son
cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros.
Cuando tenía la edad de
ustedes mi mayor deseo era ser útil. Mi mayor miedo era fracasar. Pasó el
tiempo y me di cuenta de que ser útil y no fracasar dependía de mi deseo de
superación, de mi constancia, perseverancia y amor por lo que hago. Logré
escuchar a mi yo interno, poniendo en silencio al resto de las voces que
susurraban otras cosas que no quería para mí y que como ya dije, no me hacían
feliz.
Para ustedes, hoy, el día de
su graduación deseo que puedan silenciar esas voces, que puedan subir el
volumen de sus pensamientos. Que entiendan que se vive cada día y se muere una
sola vez, por lo que tenemos múltiples oportunidades de ser relevantes, de
ayudar, de crecer y por sobre todo de ser plenos y felices.
Sientan y entiendan que su
principal objetivo es sentirse bien con lo que hacen y que cuando tengan mi
edad, miren por el retrovisor y se den cuenta que nada ha quedado en el
tintero, y que, si tuviesen que vivir de nuevo, lo harían en los mismos
términos.
Salgan por esa puerta
orgullosos, optimistas y con ganas de dejarlo todo en pro de ustedes, sus
familiares y el prójimo. Estoy seguro que al final del día dormirán en paz y
sentirán que todo ha valido la pena.
Ya para despedirme no tengan
miedo a equivocarse, no tengan miedo a fallar. Tengan miedo a no intentarlo con
toda el alma.
¡Felicitaciones a todos!
Muchas gracias por este privilegio.